Fernando Signorini: “En el fútbol del orden, Diego fue la aventura”
La agenda intensa de partidos con las Chivas de Guadalajara no impide que Fernando Signorini tenga ganas de hablar de Maradona. Son las 16 horas en México —las 18 en Argentina— del lunes 25 de octubre. Faltan cinco días para el cumpleaños 61 de Diego. Y aunque no está, es posible remontarnos en su historia. De primera mano, de la mano del Profe que ahora está recostado en un sillón —gorra naranja y camiseta celeste del Club Villas Unidas— y escucha atento las preguntas para la entrevista con El Autógrafo.
Recuerda un paso fugaz por Lobos y Salvador María y recita la última estrofa del poema «Dónde se habrán ido» de Borges. De memoria lo dice: “(…) A todos los gastó el tiempo/ a todos los tapa el barro. / Juan Muraña se olvidó/ del cadenero y del carro / y ya no sé si Moreira/ murió en Lobos o en Navarro”.
Con todas las eses marcadas y los fraseos ordenados, el PF de Diego entona profundo, es buen conversador. “Estuve a su lado más de once años”, tira con los labios apretados. “Entre el primer día y el último, pasaron más de dos décadas”, un tercio de la vida de Maradona.
Hay amigos y amigos íntimos. De Diego, Signorini fue de los segundos. El Diez lo eligió como su preparador físico y compartieron infinidad de horas y charlas a solas con el jugador y con la persona. Fue el escultor de los mejores Maradona: el del peso ideal (México 86), el de musculatura acorde a la competencia (Napoli), recuperación acelerada (Italia 90), entrenamiento estricto (previa USA 94). El Profe también fue su inflador anímico, alentador.
¿Cuándo lo viste por última vez a Diego?
Fue cuando fui a saludarlo al velorio de Don Diego (junio 2015). Ahí nos dimos el último abrazo. Después hicimos algunos llamados, esporádicos, a las perdidas.
Fernando Irlando Signorini. El Ruso, el Polaco en el pueblo, tío Antifaz en la escuela. Con más de treinta “Diego me puso el Ciego, por obvias razones”, apunta. Oriundo de la ciudad de Lincoln, clase 50. No se vio como hombre de campo y rompió el mandato de continuar con la empresa familiar. Estudió el Profesorado de Educación Física y una vez recibido comenzó a preparar a equipos de la liga local. Recién casado con Carmen y con tan solo 1.100 dólares en el bolsillo, llegó a España. Tenía un sueño: “Ver entrenamientos de los equipos de la alta competencia europea, y aprender”.
El destino, el viento, la suerte lo acercaron al joven Maradona conducido por el Flaco Menotti. Primer encuentro, flechazo y sorpresa. El martes 28 de junio de 1983, se chocaron en la puerta del Nou Camp del Barça, a pocos días de jugar la final de la Copa de la Liga frente al Real Madrid.
Treinta años después, en una tarde a la mexicana y con el semblante positivo, Signorini denota memoria fotográfica: hace ver. “Yo estaba afirmado a una columna, abrumado por el calor. Lo encontré queriendo entrar al entrenamiento, justo con la puerta cerrada, tirando casi de manera histérica para abrir”, detalla el Profe.
—¿Viste, Diego? Dicen que al ‘que madruga Dios lo ayuda’. Llegaste temprano y está la puerta cerrada.
—¿Podés creer que sea tan verde? Tenés razón.
Diego descubrió que era argentino, se le acercó sonriente y le dijo: “Así que sos profe”. Signorini no duda hoy de la capacidad de observación de Diego y por eso narra sus sospechas. Antes de ese diálogo en la puerta, “seguro Diego, al verme como único espectador de los entrenamientos del Barcelona, le habrá preguntado a Menotti de quién se trataba y César le habrá dicho que yo era un preparador físico en mi primera experiencia europea”. Diego al entrenamiento, Fernando a las gradas.
Quedaron en juntarse a charlar en Andorra, después de los partidos pendientes del 10 con la Selección Argentina. A la vuelta, Diego armó un asado en su casa. “Estaba toda su familia”, confirma Signorini, “y con Carmen estábamos ahí, muy cómodos”. Desde ese momento, entre 1983 y 1994, el PF fue el responsable de todas las versiones y rendimientos deportivos de Maradona. La lista sale sola: Nápoli, México, Mundial Italia, USA 94. En todas estuvo firme junto al Diego.
¿Cómo se forjó aquella relación con él?
A partir de aquel encuentro comenzó a desarrollarse una relación que siempre fue de mucho respeto. De mucha lealtad de ambos lados, de mucha empatía. A lo mejor de manera inexplicable, porque yo había llegado a Barcelona con el sueño de ver entrenar a los equipos europeos y de pronto, de manera inesperada, me encontré de invitado a la casa de quien, ya por ese entonces, estaba considerado el mejor jugador del mundo.
¿Cómo era aquel Diego sin público, sin cámaras que conociste?
Un hombre con una sencillez y la humildad típica de las personas que son así de simples, como era Diego. No me cabe duda que lo era y lo mismo toda su familia. Comenzamos a desandar un camino que fue larguísimo y a lo largo de once años de estar juntos, entre el primer día y el último, pasaron más de dos décadas. También lo acompañé en el camino a Sudáfrica 2010.
¿Qué tipo de amistad construyeron?
Como la de dos amigos comunes, con la diferencia que él era un genio jugando al fútbol, pero yo también tenía amigos míos que jugaban mejor que él al ajedrez, a las bochas, al ping pong. Es decir, yo nunca hice diferencia en eso, éramos amigos. Por emoción o por los estímulos que recibí de chico, nunca necesité de ídolos, pero sí de personas a las que admirar. Qué duda cabe que a él como futbolista yo lo admiraba. De cada cosa que hacía en una cancha podía salir un milagro. Y vivíamos nuestra amistad como personas normales.
¿Eran de esos amigos de discutir mucho?
Obvio, cada uno defendía su posición, sus convicciones. Y a pesar de ser mayor que él por diez años y haber tenido otras posibilidades de formación, en general, a él le gustaba preguntar por todo, era curioso. Yo sabía más o menos por dónde iban sus gustos. Discutimos mucho sobre todo en el último tiempo, cuando la adicción estaba haciendo lo que quería con Diego. En algunos momentos tuvimos alguna discusión un poco subida de tono, pero siempre estaba de por medio el afecto y el respeto.
Una noche, en un campo, en La Pampa. Falta muy poco para el Mundial USA 94. Diego necesita alejarse de la noche, enfriar el motor y entrenar: gastarse y transpirar la mala vida. Enfocarse. Volver a las fuentes: disfrutar en paz, sin agenda, sin gente.
Diego, ofuscado/caprichoso, sin TV, le preguntó al llegar, “¿a dónde me trajiste?”. “A Fiorito”, le respondió el Ciego. Comenzaron con los trotes y las caminatas en medio de la nada. Árboles, trigales de un campo a pocos kilómetros de Santa Rosa, otro mundo. Otra versión, otro nuevo Maradona apuntaba alto otra vez.
¿Cómo definís las capacidades físicas naturales de Diego?
Extraordinarias, distintas: son las de un privilegiado para jugar al fútbol. Los mejores, tipos como Roger Federer, Novak Djocovic en el tenis, Tiger Woods en el golf o Michael Jordan en el básquet, son casos rarísimos. Aparecen muy de vez en cuando y se distinguen por sus destrezas. Por suerte, tuve el enorme privilegio de estar en el ringside, en la platea preferencial. No solamente en los partidos, que fueron infinidad, sino también en los entrenamientos y hay que multiplicar por cinco la cantidad de horas y días compartidos. Tuve la posibilidad de que mis ojos pudieran ver y disfrutar todas esas muestras de arte. Era así. Elevo al fútbol a la categoría de arte. Creo que el fútbol está ligado más al hecho artístico que al científico, sin ninguna duda y Diego era un claro y fiel exponente de eso.
En el libro Miradas sobre el mito Maradona, lo comparás con los héroes antiguos: ¿De qué modo llegaste a esa conclusión?
Surgió tras la lectura del filósofo francés François Jullien, «Conferencia sobre la eficacia». En un momento cuenta precisamente eso: la eficacia en la era pretérita, cuando las estrategias se diseñaron para las guerras. En la Grecia anterior, inclusive, a los filósofos y con una relectura de La Ilíada y La odisea, se percata sobre que Ulises no era un tipo inteligente desde el punto de vista psicológico, pero que sí lo era desde el punto de vista estratégico. No preparaba ni planificaba nada: llegaba al campo de batalla y con su olfato se orientaba. Diego decía, por la derecha está Cafú, entonces, me voy por la izquierda que es más fácil. Un práctico.
Todos los conceptos del potrero: olfatear las jugadas, actuar a toda velocidad…
Un distinguido, sin dudas. Por algo tres mil años después, existen muchos puntos de contacto entre aquel fantástico guerrero y éste fantástico jugador. Según los helenistas franceses, los dos están dotados de la que ellos denominan “inteligencia astuta”, mucho más ligada al instinto animal que al ser racional. Se me ocurrió por eso. Y en eso no sólo incluyo a Diego sino también a Leo Messi que cuenta con la misma calidad. Ellos forman parte de la aventura de un equipo de fútbol. El equipo se tiene que hacer cargo del orden, pero ellos son la posibilidad de la aventura porque hacen cosas que muchos pueden pensar, pero muy pocos pueden llevar a cabo. En un fútbol lleno de orden, Diego fue la aventura y se diferenció del resto de los seres humanos porque jugaba como los dioses y te lo digo yo que soy ateo.
¿Qué Diego fue el mejor? El de Argentinos, Boca, Barcelona, Napoli, Selección (82, 86, 90, 94)…
De todos los que yo vi, poco antes de comenzar a trabajar con él, el mejor fue el de los últimos cinco partidos en el Barcelona de Menotti, hasta que fue fracturado en esa jugada tan desacertada con Andoni Goikoetxea. En ese momento era muy veloz. Ahora mismo me lo pongo a recordar y no puede ser que alguien pudiera jugar así, tener la capacidad de ver junto a esa combinación y coordinación muscular casi impensable; un dominio del cuerpo en el tiempo y en el espacio que eran realmente admirables. Porque, además, lo hacía a toda velocidad entre rivales que lo salían a cazar y muchas veces con mala intención porque, en ese entonces, los árbitros no cuidaban tanto a los talentosos. Hoy, afortunadamente ha cambiado. Lo sufrió en Argentinos Juniors, que era otro tipo de competencia, y en Barcelona donde tenía que enfrentar a los mejores del mundo. Diego supo llegar a la cima a pesar de todos los obstáculos que se le interpusieron en el camino.
¿Qué reflexionás hoy del doping del 94?
Fue uno de esos momentos que uno jamás imagina pasar en la vida. Tanto luchó Diego para llegar de la mejor manera posible. Claro que no era el Maradona del 86, pero era el mejor que en ese momento podía ser. Que haya pasado eso y por una negligencia y, además, seguramente por una manipulación por parte del poder hacia él que siempre fue tan rebelde e irreverente. Fue uno de los momentos más duros que me tocó pasar, no tanto por mí, sino por Diego. No se merecía terminar así aquel Mundial.
¿Considerás que existen varios Maradona?
Yo creo que todos, a partir de Franz Kafka y La metamorfosis, descubrimos que no somos uno: somos varios adentro de uno. Uno no es el mismo mientras está en su casa en el ceno de su intimidad, ante el público, en una fiesta o en cualquier evento. Somos distintos todos, pero en Diego estaba mucho más marcado por obvias razones. Él era perseguido por enjambres de periodistas y de fanáticos en cualquier parte del mundo, hasta producir hechos casi impensados: en Arabia Saudita, en Tokio, en Moscú o en Glasgow, Escocia, en donde es un ídolo total por los dos goles que le hizo a los ingleses en México. Es muy difícil poder cerrar en palabras lo que producía en la gente y en muchos miles más con sus diferentes puntos de vista.
¿Qué te inclinó a comentarle las diferencias que encontrabas entre Diego y Maradona?
Se lo dije porque la noche anterior habíamos ido a cenar fuera de Nápoles y cuando llegamos, a los cinco minutos, por poco había gente subida a la mesa porque querían llegar a él a los manotazos, con papeles para que les firmara autógrafos. Le movían el plato, le tiraban el vaso. Un lío bárbaro y la verdad que la pasamos mal, sobre todo Diego. Le tiraban del pelo y eso lo volvía loco. Al otro día, en viaje al entrenamiento, estaba en silencio y de pronto me dice: “Qué quilombo anoche, ¿no?”. “Sí”, le dije, “de eso quería hablar: nunca más voy a ir a cenar con vos a ningún lugar público”.
¿Crees que lo marcó?
Yo le subrayé que “yo con Diego voy hasta el fin del mundo, pero con Maradona ni a la esquina a comprar cigarrillos, hacete cargo”. Él me dijo: “Sí, tenés razón, pero si no fuera por Maradona, yo seguiría en Fiorito”.