Crónica desde la Villa Olímpica
*Por Priscila Tourn
Cumpliendo, viviendo y personalizando el “sueño”
No puedo poner otro título cuando me toca vivir todo ésto, con mi profesión, dentro de la Villa Olímpica. Soy kinesióloga y osteópata, y por el momento estoy ejerciendo mi trabajo con los atletas que están acá, pero tal vez también me toque trabajar en el Estadio Deodoro.
Al entrar a la Villa ya se siente otro clima. La paz, la seguridad y la familiaridad son algunos de los aromas que se pueden sentir. Es inmensa. En el fondo, se pueden apreciar los morros característicos de Río de Janeiro.
Como voluntarios, tenemos acceso libre a la Villa Olímpica, pero al igual que los atletas tenemos que pasar por barreras de seguridad, cada vez que te retirás de un sector e ingresás a otro. Acá hay un parque de recreación en el medio, piscinas en cada edificio, un gimnasio, un policlínico, el comedor y una iglesia, entre otras cosas. En el comedor no se mezclan los voluntarios con los atletas. Cada uno tiene su sector.
De a poco, las delegaciones van llegando y el clima adentro se pone cada vez mejor. Ya hay varios argentinos, pero la mayoría aún están por llegar.
Cuando arriban, cada delegación debe pasar por tres barreras de seguridad: un grupo de voluntarios los espera para darles la bienvenida y explicarles todo. Otro grupo escanea las credenciales de todos y si hay algún problema o algún deportista que tiene al acceso denegado, hay que llamar al centro principal hasta solucionar el inconveniente. La última barrera es con scanners para los equipajes. De allí, al colectivo correspondiente que los llevará al edificio que les hayan asignado.
Por una cuestión de seguridad, internet sólo hay en los edificios. Las calles internas están divididas por una hilera interminable de banderas de los distintos países, que separan la carretera con los autos que circulan para un lado de los que lo hacen para el otro. El piso está decorado y en él se marcan caminos con las líneas características de las veredas de Copacabana e Ipanema.
Además del comedor principal, hay un patio de comidas, donde ya se puede ver a ciertas delegaciones bebiendo y comiendo algo, mientras juegan a las cartas. España, Francia, Italia, China, Japón, Canadá, Chile y los locales, Brasil, ya arribaron, pero aún faltan muchas más de la mitad.
En lo personal, no tengo más que palabras de agradecimiento para los anfitriones. Desde que llegué a Río, me demostraron que la humildad, el respeto, los valores y la empatía no han quedado a un lado, ni dentro de la Villa ni fuera de ella. En cualquier lado de Río, uno se siente como en su casa. La ayuda está en todo momento y la alegría con que viven los habitantes de esta ciudad se trasmite a cada instante, por medio de la música, del baile y de la ayuda permanente cuando te ven perdido. Muchos dejan de hacer sus tareas con la simple intención que te sientas como en tu casa.