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Carlos Tunstall: “Lo mío con Athletic es una historia de amor”

Carlos Tunstall: “Lo mío con Athletic es una historia de amor”

Hace más de medio siglo Carlos Tunstall tenía un punto en el mapa, un lugar a dónde ir. Sin saberlo, ese plan lo acercaba a la ciudad que luego adoptaría para quedarse el resto de su vida. Desde niño, realizaba viajes desde La Plata a Uribelarrea a visitar parientes. A los 25 comenzó a ir a los bailes organizados en Salgado y Athletic y allí conoció a María Lucía Gallotti, su esposa. Tiempo después de aquellos fines de semana de idas y vueltas y como resultado de un amor que dura hasta hoy, abandonó los viajes en colectivo y se mudó a Lobos.

Antes de todo el periplo y la mudanza, un amigo de su trabajo en SENASA La Plata, le aconsejó que pida el traslado. “Me voy a Roque Pérez, pedí tu lugar en Lobos”, le dijo. En principio, Carlos se negó. Luego lo pensó mejor y aceptó. En menos de un mes, armó el bolso y comenzó a vivir en una pensión del centro. “Durante el día estaba en el trabajo en SENASA, cenaba en lo de mis suegros y luego, volvía a la pensión de Pocha Inella”, recuerda. Así se identificó como un lobense por adopción e hincha fanático del Lobos Athletic Club (LAC). Allí hizo de todo. Fue utilero, planillero, entrenador y directivo.

En tiempos de encierro, barbijos y pandemia, Tunstall se lamenta no poder cumplir con su cuota de relaciones sociales en Athletic. “Desde que arrancó el Covid que no ando por el club y lo extraño de verdad”, confiesa. Para cuidar su salud y la de su familia, hoy se queda en casa y reparte las horas subiendo información del deporte local en las redes de Radio Deportes 76, donde está desde 1981. No se define como periodista. “Soy un observador del deporte que comparte información de todos los eventos”.

Con un café y La Marina de fondo, Tunstall habla del amor. “Hace más de cuarenta años que Athletic es mi vida, mi alma, mi pasión”. Se acercó las primeras veces a ver al equipo de básquet, a mediados de la década del 70. “Fue una época dorada del deporte local”, asegura, “había que sacar las entradas una semana antes, el club se llenaba de público”. Sin sospecharlo, Carlos se fue haciendo gente amiga en la cantina del LAC y a sus domingos sumó otra parada sin retorno. “Empecé a ir a ver a todas las categorías del fútbol” y a conocer todas las formaciones, “jugador por jugador, puesto por puesto”.

¿Cómo llevás el tema de no poder salir tanto? ¿Mirás muchos partidos?

Hace años que dejé de ver partidos de fútbol a cada rato y ahora sólo miro a River y a la Selección. Entonces, el plan es ver películas en el cable. Elijo de suspenso, bélicas y de acción. De todos modos, aclaro que el cine de mi época son los western. Las de cowboys de John Wayne, las de Clint Eastwood.

Además de ir a ver básquet y fútbol: ¿Qué te llevó a ser hincha del LAC y no de otro club lobense?

Hoy pienso que fueron esas cosas de la vida, los amigos y las relaciones que se tejen en estos lugares especiales. Si hubiera un comienzo, creo que fue con una propuesta concreta del Zorro Castellanos. Fue de aquellas cosas que nunca me voy a olvidar y quedan en la memoria. El Zorro me invitó a formar parte del plantel y acepté. Nos hicimos muy amigos. Más tarde, alrededor de la vieja mesa billar del club, el ofrecimiento fue otro: “Carlos: ¿No te gustaría ser parte de la Comisión?”, me dijo. Y también acepté. En tantos años no me faltó hacer nada. En Athletic hice de todo.

Voley LAC

En todos estos años con el LAC: ¿Qué recuerdos tenés más presente?

Muchas alegrías y goles y campeonatos. Para mí el fútbol y Athletic era de lunes a lunes. Los jueves, cuando aún no se jugaba básquet ese día, yo limpiaba todos los salones, doblaba las camisetas, las ponía con el número para arriba, me empeñaba en desenredar las cintas que se usaban para sostener las medias en aquella época. Veía jugadores, los iba a buscar y trataba de estar en todos los detalles.

Para explicar la relación de Tunstall con Athletic, Tomi Gianandrea (periodista y jugador del LAC) armó la historia. En revista El Viaje, en 2014, escribió: “Sin buscarse, se encontraron. Lo de ellos fue amor a primera vista. El Gordo llegó con el bolso lleno de ilusiones, de futuro. Dejó la ciudad de las diagonales y se mudó al pueblo del General, para formar su familia”. Gianandrea también retrata a Tunstall en un viaje imaginario al pasado. “Lo maravillaban los fenómenos del básquet: Capponi, Coccaro, Tomatis. Pero fue el bendito fútbol quien le dio la llave del club, primero como entrenador luego como directivo (…) Se llenó de alegrías y tristezas, de gloria y amargura. Pero jamás renunció a ese flechazo de la primera vez”.

En un final redondo y parejo, el artículo despliega instantáneas de Tunstall en el club. “Pisa el hall central y se le infla el pecho, se le agranda la sonrisa. Respira el aire del Polideportivo y parece que vuela. Es uno pero es todos. Conoce la historia como la palma de su mano. Si lo veo llorar, sé que está recordando. Si lo veo enojarse, sé que tiene razón. Si lo veo alentar, sé que lo siente. Si lo veo sonreír, sé que algo bueno está por venir”.

 

Este es mi amigo el Pato

Una noche de amigos con otros hinchas de River. Carlos está junto al Tero Gruccio y Carlitos Santana. Entre charlas de trasnoche y vasos compartidos, contemplaron la idea de fundar una filial del Millonario acá, en Lobos. Una vez transitados los papeles para la afiliación, Tunstall fue elegido presidente y dejó bien en claro el primer objetivo. “Tenemos que ponerle el nombre de Ubaldo Matildo Fillol, un héroe de River”. Y reparó en un detalle clave. “Tenemos que pedirle permiso al Pato”.

¿Lograron que Fillol acepte que una filial lobense lleve su nombre?

Sí, pero no fue fácil. Llegamos a él gracias a Pando, un jugador conocido de San Miguel del Monte que era amigo del Pato. Le contamos que la idea de los tres era ponerle su nombre. Entonces, una tarde fuimos con Pando a verlo al Pato a Monte. Primero, nos dijo que estaba muy contento y nos aclaró: “No les puedo decir que sí, porque en ‘pueblo chico, infierno grande’ y si los de la filial de Monte se enteran, pueden tirarme la bronca. Pero hasta ahora nadie me dijo nada”. Así que nos volvimos esperanzados.

Faltaba un año para que comenzara el Mundial en Argentina. Carlos y sus amigos comenzaron a ver a River en todas las canchas de Buenos Aires. Muchas veces en el Monumental y luego en otros estadios en donde el Millonario hacía de local por los arreglos, antes de 1978. “Íbamos a todos los partidos, llevábamos la bandera orgullosos, en la platea San Martín baja”.

¿Finalmente aceptó el Pato que la filial lleve su nombre?

Un domingo fui al vestuario para verlo y preguntarle y no nos dejaban entrar a los tres. Al rato el Pato nos vio y fuimos a verlo. Nos preguntó si seguíamos con la idea y le dijimos que sí. Lo recuerdo como si fuera hoy. “En Monte le pusieron el nombre no sé de qué jugador muerto, así que vamos con eso”, nos dijo el Pato. Lo invitamos a que visite Lobos. Tiempo después, fuimos a Lomas de San Isidro, a su casa, y nos prometió venir, firmar autógrafos, hacerse fotos con los hinchas, pero nos aclaró: “Yo hago todo, pero por favor que sea después de comer”. Qué tipo simple resultó el Pato y encima todavía no era campeón del mundo. Le preguntamos qué quería comer y nos dijo: “Muchachos, yo comí adoquines en Monte, así que para mí la comida es lo de menos”.

¿Qué recordás de su venida a Lobos?

Lo fuimos a ver después de un River-Boca que terminó 0 a 0. En aquella época el Pato tenía una rural Falcon. Ese día, se la había prestado a Rodolfo Talamonti (utilero de Ángel Labruna) que no volvía más. Así que le ofrecimos llevarlo a su casa. Fue una locura. Íbamos en una rural Fiat 128 color aluminio, habíamos pinchado a la ida y estábamos sin rueda de auxilio. Éramos cuatro: Beto Luz, Cachito Arista, el hijo de Beto y yo. Le dijimos al Pato que íbamos a viajar apretados y nos dijo que él tampoco estaba solo. Así que viajamos con el Conejo Tarantini y con el Matador Kempes. Ellos llevaban unos bolsos enormes y casi no cabíamos los seis. Fuimos desde River hasta Lomas de San Isidro y fue un momento hermoso. Después pensaba: “Viajamos con tres grandes del fútbol y que a pesar de eso, son tipos simples”.

¿Atesorás alguna prenda del Pato Fillol?

Sí, por suerte. Una vez le mangueé su buzo, aquel verde con el cuello blanco tan conocido. Abrió el bolso y me quiso dar el que llevaba para el entrenamiento. Le dije que de ninguna manera, que yo quería uno pero después de un partido. Y esperé y esperé, hasta que en un enfrentamiento entre River y el Rojo, un 0 a 0, el Pato terminó de jugar y antes de meterse al vestuario vio la bandera con su nombre en la San Martín. Y viví otro momento emocionante. Se acercó a la tribuna y me gritó: “Gordo, ¡éste es para vos!”. Y me tiró el buzo verde con cuello blanco que todavía tengo. No lo lavé ni nada, tenía apenas unas manchas verdes de pasto en uno de los codos. Ya le avisé a Gonzalo Gruccio, gran arquero, que cuando yo no esté, ese tesoro será suyo. Y este pibe se lo merece por lo buen deportista que es. Hace poco, le hizo un homenaje llevando una réplica de su buzo, con la 5, en San Miguel del Monte.

 

El periodismo, otra pasión

Carlos, además de hincha del rojinegro, es colaborador periodístico desde hace más de cuarenta años. Desde sus comienzos, fue un hombre de libretas gastar. “Anotaba resultados de todos los partidos, cuando era parte de los planteles de todas las divisiones o de cualquier competencia a la que iba: fútbol, básquet, vóley”. Esas libretas le dan a entender hoy su obsesión de registrar y compartir información. “Hace poco estuve mirando esas hojas y cuando lo crucé al Tapón Gigliasa, le dije: “¿Vos sabías que debutaste conmigo en Roque Pérez, frente a Sarmiento y nos ganaron por goleada? El Tapón no lo podía creer”.

Dentro del universo de la comunicación también hizo amistades duraderas. Una de ellas es con el periodista Carlos Jáuregui, quien señala que hoy llevan una relación de amistad de más de cuarenta años. “Nos entendemos con un simple llamado y en los programas sabíamos lo que quería uno y otro con sólo un gesto”, explica. Tunstall Ellos se conocieron cuando Tunstall presidía la Filial de River y asistía a la Emisora Lobos como entrevistado de Radio Deportes. Lo define como “un hombre de valores y mucha sensibilidad, con gran pasión por el deporte y sobre todo por el fútbol y su querido Athletic”.

En 2018, Carlos dejó de hacer radio. Hoy señala con orgullo que Radio Deportes y la Emisora hayan sido la cuna de periodistas locales. “Por la Emisora pasaron grandes comunicadores como Luis Suárez, Pablo Culela, Carlos Jáuregui, Dolores Cardoner, Silvia Gallo, Marcelo Paleari, Walter Duhalde, Miguel Schiel”.

Desde adentro. Cuando el programa cumplió cinco años, Tunstall les pidió entrar y ser parte del equipo de Radio Deportes y todos lo recibieron con gusto. El conductor de Informe 4 destaca que a pesar de estar referenciado con el LAC, “eso no le ha impedido ser muy prudente y equilibrado a la hora de afrontar la responsabilidad de hacer periodismo”.

 

¿Cómo definirías tu rol dentro de Athletic?

Un colaborador de lunes a lunes de la buena época del fútbol de Athletic. Iba a ver jugadores, hablaba con ellos, viajaba a avisarles sobre la citación de los equipos. Sin celulares ni Internet, me encargaba de ir haciendo correr la voz o les mandaba a decir a cada jugador. Mi rol siempre fue como ayudante y también como DT. Guardo los mejores recuerdos de aquellos años ganadores.

¿Es verdad que sos un enfermo de las cábalas?

Sí, de terror. En la época buena de Athletic tenía miles. Capaz que encontraba un papel cualquiera y decía “esto me va a dar suerte”, y lo guardaba. Una vez tenía un palito, de no más de 10 centímetros. Ganamos la primera vez y lo empecé a tener como cábala. Una tarde, estábamos en las tribunas del Parque y se me perdió el bendito palito. Éramos cinco grandulones buscando y buscando. Eso me ponía como loco. Reconozco que soy bastante cabulero.

LAc

Tunstall con sus jugadores de LAC, mayo 2015

¿Renovabas las cábalas o usabas siempre las mismas?

Tenía un montón. Una era ir a comer una porción de pizza a La Farola, antes de los partidos de Athletic. Cada domingo el mismo recorrido. Me pueden decir que era una locura, pero yo confiaba mucho. Si me faltaba la cábala me ponía nervioso, loco, irreconocible. Otra, es que tenía una ropa de Athletic, un buzo creo, que mi esposa una vez me la quería tirar. “Mirá lo que es esto, Carlos”, me decía María y yo le pedía por favor que no lo tire, que era mi cábala. (Risas). El que no es cabulero, piensa que es una pavada, pero puedo asegurar que no.

Todo lo que contás da a entender que sos un tipo agradecido de la vida…

Sí, la verdad es que soy un agradecido. Y quiero remarcar que gracias a mi familia pude hacer todo lo que hice y estar siempre disponible para el deporte. Me apoyaron y a veces siento que descuidé ese tiempo. Ojo, siempre salí por el deporte, no de joda.

Para cerrar, Carlos: ¿Cómo definirías tu sentimiento hacia el club?

Y… Lo mío con Athletic es una historia de amor. Me siento orgulloso de ser hincha de este club. A mí el deporte me dio muy buenos amigos. Trabajé en cinco clubes de Lobos y jamás recibí un insulto de nadie. Hoy, que por todo el contexto ando medio alejado, puedo decir tranquilo que cuando Athletic me necesitó, estuve.