Cuatro historias de goles en contra
“Cómo vas a saber lo que es el odio, si nunca hiciste un gol en contra”.
Walter Saavedra, Nunca jamás.
Goles son amores y, en contra, los peores. Algunos quedan enterrados y, otros, quiebran resultados. Son un estigma para sus autores y, como fantasmas, los siguen a todos lados. En clásicos, en finales o en encuentros intrascendentes, los goles en contra son como hijos bastardos. El ejecutor del tiro se agarra la cabeza cuando el juez avisa que lo contabilizó como hecho por el contrario. La víctima, por su parte, y si se salva del insulto de sus compañeros, no duda un segundo en ceder los derechos de autor.
Los goles en contra son aquellos que todos quieren borrar. Y así comenzó el primero de la historia. Fue un 24 de marzo de 1877, en las tribunas del Kennington Oval, al sur de Londres en la final de la sexta edición de la FA Cup entre Wanderers y el Oxford University. El culpable: Mr. Lord Arthur Kinnaird, arquero del Wanderers. ¿Cómo le pasó? Tras un centro desde el córner a los 15 del primer tiempo, Kinnaird tomó la pelota y por descuido atravesó en reversa la línea de su propio arco. El público quedó atónito, al igual que el juez Sidney Havell Wright, que de todos modos corrió hasta la mitad del campo en clara señal de gol convertido.
El yerro del Lord quedó en los registros de la Asociación como el primer gol en contra. A favor del arquero, el partido finalizó 2 a 1 en el alargue para el Wanderers, aunque jamás se pudo olvidar aquella marca en contra de su propio arco. O sí, porque por pertenecer a una acaudalada familia, ser miembro de la asociación del fútbol inglés —al igual que en la novela 1984 del británico George Orwell—, Kinnaird mandó a borrar aquel dato en la ficha técnica del encuentro. En parte, el Lord cambió el curso de la historia oficial y pensó en el adiós definitivo al error. ¡Chau rastro!
El gol no deseado, aunque histórico al deporte y deshonroso para Kinnaird quedó por más de 100 años en el olvido, hasta que en 1980 analistas históricos del juego dieron con el dato eliminado. Un repaso minucioso los inclinó a preguntarse por qué en un partido que finalizó 2 a 0 se contempló el desarrollo del tiempo adicional. La hipótesis principal de los especialistas fue que debido a la influencia de Kinnaird en la economía londinense, su descendencia escocesa y su plena capacidad como deportista destacado en otros ámbitos como natación, remo, tenis y atletismo, influyeron para hacer desaparecer el gol del marcador final a favor de su equipo. Quizá se trató de una exageración por parte de Kinnaird, ya que se destacó en todas las posiciones del campo y obtuvo 5 FA Cups (tres con Wanderers y dos con Old Ettonians). Para su tranquilidad —falleció a los 76 años en 1923—, jamás se enteró del destape de su información modificada.
Firpo y una pálida con suerte
“Siento en el pecho un dolor que me hiere como una flecha, que me ha llegado el hijo mío y ha llegado el hijo de ella”.
Hugo Gimenez Agüero, No me abandones ahora.
De la anulación histórica del primer gol en contra a otro recordado por la espontaneidad y algunas acciones poco comunes. Esta vez el autor fue Marcelo Firpo, jugador volante de Atlanta en los 80 que corrió con mejor suerte. Todo en un mismo domingo de pálida, reconocimiento y alegría. Se enfrentaban Atlanta y Vélez por la séptima fecha del Metropolitano 1984. Ese domingo de mayo fue para Firpo una de cal, otra de arena y un bonus track.
Llegó retrasado al estadio de Villa Crespo, pero su explicación al DT Bohemio frenó cualquier reto: “Vengo de dejar a mi esposa que está a punto de parir”, le informó media hora antes del encuentro. El cuerpo técnico le señaló que se podía ir, pero Firpo insistió en jugar. Una hora y media después con el resultado clavado en un empate sin goles y tras un centro desde la izquierda de Comas, Firpo la quiso rechazar de derecha en su área y la clavó al ángulo.
El consuelo le llegó de parte de Juan Carlos Bujedo, lateral izquierdo del Fortín que lo abrazó y le dijo: “No te hagas drama, Firpo, así es el fútbol”. El partido terminó a favor del equipo de Liniers y la desazón le duró a Firpo apenas pocos minutos. Salió cabeza gacha del campo y un vecino quilmeño le avisó desde la tribuna que su esposa ya había tenido al bebé. La felicidad le anuló la mala tarde y en un sanatorio de Quilmes, Firpo conoció a su hijo Esteban Nicolás.
La yapa, entonces, llegó más tarde, de noche, cuando mirando junto a sus suegros el programa Todos los goles que se emitía en Canal 9, oyó al brasilero Dino Sani, reciente incorporación técnica de Boca, que lo eligió como el mejor tanto de la fecha. A pesar del aviso de los periodistas sobre que había sido en contra, el DT señaló que “fue perfecto”. Aquella noche, Firpo repasó la jornada y supo que ese domingo histórico no sería opacado ni con un gol en contra.
Colombia 94: plata o plomo
“Por un gol somos capaces de matar”.
Javier Martínez, Basta de boludos.
El anecdotario parece tomado de una serie de narcos en donde si alguien hace lo contrario a lo planeado, ¡púm!, lo mandan a matar. Así le ocurrió al central colombiano de Atlético Nacional, Andrés Escobar, luego de que su gol en contra frente al combinado local dejara al equipo cafetero sin la ilusión de ganar el Mundial USA 94. Diez días más tarde de aquel fatídico error, el central fue asesinado de doce balazos a quemarropa después de una noche con amigos en el restorán El Salpicón, en la ciudad de Medellín. Según las crónicas del episodio, el sicario gatilló los doce balazos al grito de “gol”. Al parecer, el error de Escobar les había hecho perder fortuna a los narcos en apuestas ilegales.
Si para la Argentina aquel fue el Mundial en donde bajaron a Maradona por antidoping —el propio Coco Basile deslizó que el entramado en contra fue porque “la Selección estaba para campeona”—, para los colombianos fue la expectativa nerviosa durante todas las eliminatorias. La ansiedad creció aún más después del arrasador triunfo sobre la albiceleste por 5 a 0 en el Monumental.
El equipo consolidado, contó con el escorpión del arco René Higuita, el volante creativo Carlos “El Pibe” Valderrama, Fredy Rincón, Leonel Álvarez, Iván Valenciano, el Tren Valencia y Tino Asprilla, entre otros. Estos jugadores hicieron que la Selección de Colombia, por primera vez en la historia, se convierta en candidata a ganar una Copa del mundo. Así, la ilusión y el engorde ganador de la prensa y de los propios jugadores, los preparó como favoritos para el campeonato en los Estados Unidos. Pero ningún equipo campeona en las vísperas. Y ese fue el error colombiano: llenarse de falsa seguridad mucho antes de atravesar la fase de grupos.
Seguridad mata campeón. En su libro Autogol de Ricardo Silva Romero, el personaje Pepe Calderón Tovar, comentarista radial colombiano, rescribió la historia de aquella ilusión colombiana con otro final: Pepe se convirtió en el asesino. El gol en contra que comenzó a sellar la despedida de la Selección de Maturana del Mundial que ya “habían ganado”, rearma la trama del asesinato de Andrés Escobar. Aquella derrota fue un punto de inflexión en la vida del comentarista de la novela: perdió los ahorros de muchos años, lo abandonó su esposa y, lo peor, perdió la voz después del autogol.
En primera persona y con acento realista, se detalla el contexto de aquella muerte anunciada desde planos narrativos y periodísticos. Así pensó el protagonista después del gol en contra de Escobar. “La selección Colombia que había cambiado la historia del fútbol del país a punta de jugar bonito, el grupo de jugadores del equipo favorito para ganar el Mundial de 1994, era ahora una manada de niños soberbios. Se habían intoxicado con una fama que pocas veces se alcanza. Ya no le hacían caso a nada ni a nadie. Y a todos, desde los directores técnicos hasta los aguateros, desde los hinchas hasta los comentaristas deportivos, se nos había contagiado la arrogancia”.
La realidad superó a la ficción. El personaje, cuenta que “nos hacíamos los ciegos ante la indisciplina del equipo. Parecíamos sordos siempre que alguien se atrevía a decirnos «se van a estrellar con la realidad en algún momento». Quedábamos mudos cuando alguien preguntaba «¿y si les fuera mal…?»”. En tanto, en el inicio de Autogol, Pepe Calderón Tovar reflexiona: “Semanas atrás, antes de poner un solo pie en Norteamérica, antes de echar a rodar el balón en un solo partido de los tres que se jugarían en la primera fase del torneo, nos habíamos declarado campeones mundiales. Estábamos completamente seguros de que nos llevaríamos la copa más importante del planeta. Algunos nos habíamos atrevido, incluso, a apostar por los triunfos de Colombia los ahorros de toda una vida”.
El de Escobar no fue uno en contra más. En Historia Mínima del fútbol en América Latina, el sociólogo del deporte Pablo Alabarces, describe en un ensayo de largo aliento que, por aquellos años, “el narcotráfico colombiano había ganado peso político y financiero gracias al tráfico de cocaína hacia Estados Unidos. El flujo de dinero generado por el narcotráfico había sido incorporado a la economía nacional sin demasiadas objeciones por parte de las clases dominantes. Sin embargo, esta tolerancia financiera no incluía la tolerancia social: las viejas élites no reconocían ninguna legitimidad a los nuevos ricos que lideraban las actividades clandestinas de tráfico”. Además, el patrocinio del narcotráfico permitía el blanqueo de ganancias por medio de las inversiones futbolísticas con sumas cuantiosas en contratos y compras de jugadores extranjeros.
Alabarces, enumera que los equipos patrocinados por los narcos fueron principalmente “el América, copado por el cártel de Cali; Atlético Nacional y el Deportivo Independiente Medellín, por parte de socios de Pablo Escobar del cártel de Medellín; Gonzalo Rodríguez Gacha, vinculado a Escobar, controló al Millonarios de Bogotá; el multimillonario Octavio Piedrahita, a quien se relacionaba también con Pablo Escobar, se adueñó del Deportivo Pereira”. Alabarces destaca, además, que la contratación de futbolistas y técnicos extranjeros, permitió un crecimiento en la calidad del juego. Así, los equipos cafeteros comenzaron a tener mejores desempeños en la Copa Libertadores. “El América de Cali disputó tres finales consecutivas, siendo derrotado en las tres: en 1985 por Argentinos Juniors, en 1986 por River Plate y en 1987 por Peñarol; tendría una nueva oportunidad en 1996, cuando fue derrotado nuevamente por River Plate”. En menos de una década el fútbol colombiano se inflamó como una bomba.
Palabras de Eduardo. Desde la claridad de un personaje que escribió sobre fútbol, la vida y otras yerbas, el uruguayo Galeano sentenció que “en el fútbol, como en todo lo demás, está prohibido perder”. En el capítulo “El pecado de perder” en El fútbol a sol y sombra, deslizó: “En este fin de siglo, el fracaso es el único pecado que no tiene redención. Durante el Mundial del 94, el jugador colombiano Andrés Escobar cayó acribillado a balazos en Medellín. Escobar había tenido la mala suerte de meter un gol en contra, había cometido un imperdonable acto de traición a la patria. ¿Culpa del fútbol, o culpa de la cultura del exitismo y de todo el sistema de poder que el fútbol profesional refleja e integra?”.
Con el toque charrúa, corta y al pie, Galeano reflexiona: “No fue casual que el asesinato de Escobar haya ocurrido en uno de los países más violentos del planeta. La violencia no está en los genes del pueblo colombiano, pueblo celebrador de la vida, loco de alegrías musiqueras y futboleras, que la padece como enfermedad pero no la lleva como marca imborrable en la frente”.
El gol en contra según Valdano
“En las ciudades chicas siempre corren historias, queda en uno creerlas o no creerlas”.
Martín Kohan, Segundos afuera.
Desde la tradición futbolera que se vincula con la literatura, el ex delantero campeón del mundo Jorge Valdano tiene, además de goles Mundiales, un cuento de fútbol que pasó a la historia en la voz de Alejandro Apo, en su programa de radio Todo con afecto. Se trata del cuento Creo, vieja, que tu hijo la cagó. El relato se va en la previa de un clásico de liga en Santa Fe. El protagonista es Juan Antonio Felpa, obrero de Fábricas Unidas en la semana y arquero del Sportivo Atlético Club los domingos. El Gato Felpa era un imitador de Amadeo Carrizo: se tiraba de palo a palo, anticipaba los mano a mano y usaba una gorra. Felpa se fanatizó sin verlo en vivo: sólo escuchó las actuaciones de Carrizo por la radio y lo vio en blanco y negro en las fotos de El Gráfico.
Desde el comienzo, el cuento despliega el sueño típico de los guardianes de los tres palos. El domingo del encuentro frente a Argentino de Las Parejas, el Gato se quedó en la cama, mientras amasaba su plan. “Era su sueño favorito, su fantasía recurrente: 0-0 faltando un minuto y penal en contra; silencio expectante, miradas de ojos grandes, intuición exacta y él en el aire abrazado a la pelota y otra vez él en el suelo sintiéndose dueño de los aplausos, responsable de la catástrofe diminuta que sufrían las emociones de cientos de aficionados; 0-0 final”, narra Valdano.
Su recurrencia tenía un diseño y el Gato Felpa se creía el Amadeo Carrizo del pueblo, aunque prefería atajar sin guantes porque le quitaban sensibilidad. “A veces imaginaba lo mismo con ventaja de 1-0 para su equipo, pero esa historia le gustaba menos porque tenía que repartir la gloria con el compañero que había marcado el gol”. Esa tarde, sigue Valdano, se “ponían el honor y la vergüenza en juego para definir de una vez por todas quién era quién en la Liga Cañadense de Fútbol”.
Antes del partido, el Gato pasó a visitar a su padre Jesús Eladio Felpa por el sanatorio del pueblo. Hincha fanático del Sportivo, le rogó: “Métanles cinco goles, así no hablan nunca más”. El Gato movió apenas la cabeza y salió para la cancha. Su padre, de oído agudo, experiencia e intuición, lo seguiría a partir de los sonidos que desprendiera el partido a pocas cuadras del sanatorio. Su esposa esperaría cada lectura.
Comenzado el clásico y sobre la primera parte, “los dos equipos trataban de aprovechar el descuido del adversario, pero, eso sí, sin descuidarse. Se tenían miedo y estaban tensos, y eso, procesado futbolísticamente, da como resultado un partido trabado e impreciso”. El padre del Gato le comentó a su mujer que por lo que había escuchado, la primera parte fue chata y aburrida.
En el segundo tiempo y con el sol de frente, el Gato se calzó la gorra a lo Amadeo Carrizo. A cuatro minutos del final, llegó la parte que había soñado: penal a favor de Argentino Las Parejas. “El sol, del otro lado de la cancha, se había caído detrás de los cipreses, y Felpa, parado en el centro de la línea de meta, se quitó la gorra muy resuelto y la tiró adentro del arco. Sintió un frescor agradable en la cabeza sudada y quizá por eso experimentó la fe de los héroes”.
El Gato cumplió y a pocas cuadras de la cancha, Jesús Eladio Felpa quedó confundido con los murmullos del público, pero comprendió que su hijo había parado aquel tiro. En el área chica, el Gato se levantó del suelo endiosado y con ganas de que no pasara el momento mágico. Pero, “cometió el error de ir a buscar la gorra dentro de la portería con la pelota debajo del brazo”. El árbitro dudó antes de dar el gol, pero los gritos de los contrarios y las risas, lo inclinaron a pitar el tanto. De lejos, Jesús Eladio intuyó que algo malo había pasado y le comentó entre triste y preocupado a su mujer: “Creo, vieja, que tu hijo la cagó”. Así lo escribió Valdano.
Fuentes / Lecturas recomendadas
*Walter Saavedra, poema Nunca jamás.
*Juan Gallardo y Rafael Palencia, El primer gol en contra de la historia del fútbol (en Marca.com)
*Federio Kotlar, Historia desconocida del gol de Firpo (en Clarín.com)
*Eduardo Bolaños, Firpo y el mejor gol de la fecha (en Infobae.com)
*Rodrigo Duben, El día que la muerte venció al fútbol en Colombia (en Infobae.com)
*Ricardo Silva Romero, novela Autogol (La Navaja Suiza Editores, 2008).
*Pablo Alabarces, Historia Mínima del fútbol en América Latina (Ed. Colegio de México, 2018).
*Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra (Ed. Catálogos, 1995).
*Jorge Valdano, Creo, vieja, que tu hijo la cagó (Diario El País, 1988).