“Soy feliz en una cancha de fútbol”
Es la historia de un luchador. De un jugador que, por no salir en los programas de televisión que vemos todos, no es reconocido por la mayoría de los lobenses. De un hijo de nuestra ciudad, que no se olvida de sus raíces y, en sus vacaciones, volvió al lugar que lo vio nacer para estar con sus familiares. Guillermo Báez, jugador de San Miguel (Primera C) charló con El Autógrafo acerca de su carrera y de sus próximos objetivos.
Manolito, hijo del siempre recordado en el fútbol lobense Manolo Báez, hizo inferiores en EFIL y siendo muy joven empezó a jugar en las inferiores de Boca. Allí hizo sus primeros pasos en el fútbol de élite y llegó a ser parte del plantel de Primera, aunque no pudo debutar oficialmente. Realizó la pretemporada y jugó un torneo de verano con el plantel, bajo la conducción técnica de un tal Carlos Bianchi. “Pasé momentos inolvidables en ese club. Estuve con gente con la que nunca pensé que iba a estar. Bianchi fue uno. Después no se dio, pero es algo que lo tengo guardado en mi memoria para siempre”, expresó el defensor, con un dejo de nostalgia en su rostro.
En el 2000, empezó su carrera en el ascenso. Del Xeneize pasó a El Porvenir, donde compartió equipo con Gabriel “Pipo” Amadei (otro lobense) y logró la continuidad que cualquier jugador de fútbol necesita para rendir en su mejor nivel. “En lo deportivo, pasé dos años maravillosos. Fue mi primera experiencia e hicimos una gran campaña con Caruso Lombardi como DT. Además, fue hasta donde mi viejo me pudo seguir. Después se enfermó y ya no fue lo mismo”, contó Guille, que a los 35 años sigue con las mismas ganas del primer día y sueña con jugar un par de años más en el alto nivel.
Más tarde, vistió los colores de muchos otros equipos del ascenso argentino. Jugó en Platense, Morón, Tristán Suárez, All Boys, Juventud Antoniana de Salta, Colegiales, Independiente de Chivilcoy y, el más recordado, donde jugó en la B Nacional, Talleres de Córdoba: “Es otro mundo. Es Primera división. La ciudad respira fútbol, es Talleres y es Belgrano. Son los dos clubes que mueven a los cordobeses”.
Manolito las vivió todas. Extrañó, entrenó, jugó, se bañó con agua fría en invierno y, en más de una ocasión, no cobró, “porque así es el ascenso, más de una vez jugamos por amor, porque el grupo eligió seguir para adelante y no hacer huelga”. Quizás por eso, se valore aún más lo que logró hasta el momento como futbolista.
Por otra parte, en tantos años de carrera, Guillermo fue dirigido por muchos técnicos. Pero eligió a dos que lo marcaron mucho: “Uno es Caruso. Se habla mucho de él, pero para mí es un fenómeno. Está en todos los detalles. Conoce a todos los jugadores, a todos los rivales. Es motivador, banca mucho al jugador. Y el otro es Teté Quiroz. Él me enseñó a pegarle de derecha. Tenía 23 años y aún no sabía hacerlo”. Y recordó a un jugador que siempre le costó marcar: “El Indio Bazán Vera. Uno lo ve y no piensa que te puede complicar, pero es un gran goleador. Es grandote, maneja muy bien el cuerpo y tiene experiencia”. Como compañero, admiró a dos: Nicolás Cambiasso, “una gran persona, que me aconsejó mucho, me enseñó muchas cosas”, y Ángel Vildozo, “un amigo del fútbol”.
A los 35 años, a Báez todavía le queda hilo en el carretel: “Quiero seguir jugando, por lo menos dos años más. Soy feliz dentro de un vestuario, entrenando, en una cancha. Sea en la liga que sea. Para mí es un trabajo y vivo de ésto. Al que pueda, le diría que elija jugar al fútbol y se esfuerce porque es impagable”. Y dejó las puertas abiertas para que el cierre de su carrera sea con la camiseta blanca y celeste de EFIL, porque son los colores que le inculcó el padre: “Está en mi cabeza. No quiero venir a dar lástima, quiero venir a aportar. Muchos de los que estuvieron acá me formaron como persona y eso se los debo”.