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El Negro no muere

El Negro no muere

Fontanarrosa y su lenguaje universal nos acercan a los libros y sus historias se siguen contando. Fútbol, amistad y vida cotidiana. Un repaso por sus pensamientos y pasiones.

Por Félix Mansilla

Entra Eduardo, sale el Soda de la cancha. Se pone a conversar con un viejo debajo de un árbol que mira el picado. Sostiene una radio portátil en la oreja. Es la tarde de un sábado con sol a pocos metros de las vías y el Soda quiere saber qué hace el viejo ahí. Un minuto después el hombre se larga a hablar y le explica por qué este deporte se parece al arte y en cada representación —escultura, pintura, danza, música, teatro— se explica de qué va el fútbol. Así el deporte llega como parte del paisaje y en relación a aquello que se comparte sin importar en dónde uno se encuentre. El Negró lo definió a la perfección. “El fútbol es un lenguaje universal”.

Fontanarrosa, además de humorista gráfico, fue también un narrador que le sacó peso a la idea de que la Literatura era una vieja paqueta que lee y adjetiva pomposo. En sus palabras se puede descifrar el lugar desde dónde apuntó cada escrito con el ímpetu en el público lector. Si uno publica, es para que te entiendan del otro lado”, anticipó. “Si no es como los pintores que te dicen no, yo pinto para mí. Y bueno, no colgués. ¿Para qué exponés? Dejalo en tu casa si pintás para vos”. En su autodefinición, Fontanarrosa ha reconocido en más de una ocasión que entre él y sus lectores hubo “una coincidencia entre los gustos de mucha gente y los míos: el fútbol y la música popular”. Por eso, se sintió un puente y reflejo. “El público que consume lo mío es gente a la que le gusta lo mismo que a mí”.

El universo literario de Fontanarrosa tiene, sobre todo, un registro popular. Su oído perceptivo volcado a los diálogos realistas se debió a que se le grabaron en la memoria charlas y más charlas durante muchos años entre colegas y amigos. “Yo presto atención no sólo para captar el lenguaje, sino para reproducirlo y lograr que el lector, después, se sienta involucrado. Su plan es que en cada tramo, “la situación tiene que estar en función de una anécdota”.

negro viejo

Fontanarrosa falleció el 19 de julio de 2007, en Rosario.

El rosarino hizo gala de su simpleza. Su materia prima fue el cotidiano como forma de exorcizar lo pulcro y filtrar lo mundano con un vocabulario antiguo o con diálogos de café o de una previa a un partido importante. Toda la gente futbolera se refleja ahí, pero no solamente ahí porque Fontanarrosa está más allá del indulto solicitado —de local— para las malas palabras a los señores de la Real Academia Española. Tampoco es aquel tipo fanático de Rosario Central y del fútbol que escribía bien y siempre entresacó carcajadas con cuentos, novelas e historietas. Hoy, su legado reaparece y mucha gente sabe de quién se trata.

Con lo difícil que resulta la transferencia humorística, el Negro lo logró y llegó a todos los públicos, aunque nunca se puso en la lista de los escritores consagrados. “La verdad es que me siento más cerca de los dibujantes y de los periodistas, aclaró y remarcó que “de los periodistas deportivos, más cerca todavía”.

Con una historia de un oso que habla o la narración de la triste y corta vida de los carteros de la realeza o, inclusive, con la escena de un pibe que hace mover una pelota telepáticamente, Fontanarrosa escribió historias como las que a él le gustaba que le cuenten. “Creo que una de las vertientes del cuento es, desde el propio asombro o ignorancia, tener algo interesante para contar, definió en una entrevista a Ñ en 2004. La idea básica siempre es la misma: ‘Mirá lo que es esto: ¡cuando vuelva y se lo cuente a los muchachos!’”. Así se forjó este Negro de amplio espectro.

negro y gordo

Fontanarrosa junto a Osvaldo Soriano en la Feria del Libro.

En todas las representaciones y con las claves de lectura precisas —entender que sus historias son representaciones—, se puede razonar, por ejemplo, sobre las dinámicas de los hombres reunidos de sobremesa, poniendo en juego falsas valentías o las mismas mentiras ancestrales. El riel por dónde se deslizan los personajes y su picaresca, lleva a cada lector de las narices.

Así como García Márquez dispara el final desde una frase inicial, en el Negro cada fragmento descriptivo rearma la historia. Hay engaños, trampitas y el lado mágico-literario: un imaginario variado, amplio y compartido. Y nadie se olvida de quién genera carcajadas.

Defensor acérrimo del fútbol como lección de vida, sus palabras se remontan a una definición tan certera como contraria al sentido común. Parte de lo que sé sobre historia y geografía se lo debo a la curiosidad por conocer sobre los clubes y sus lazos sociales. Hasta sé algo de economía por desastres hechos en mi club ¿El fútbol hace mal a la cabeza? No, el fútbol puede ser una segunda escuela.

Como Osvaldo Soriano que aseguró que cambiaba ser un best seller por haberse calzado la 9 de San Lorenzo, a Fontanarrosa le pasó lo mismo y así lo escribió en el prólogo de la selección que armó para Cuentos de fútbol argentino (Ed. Alfaguara). “No crecí queriendo ser como Julio Cortázar. Crecí queriendo ser como Ermindo Onega. Más de una vez confesó no haber sido un buscador de libros en su adolescencia. “No había una literatura de fútbol proporcional a lo que significa el fútbol en la Argentina. ¿Qué autores leí que escribieran sobre fútbol cuando yo era un joven? Los periodistas deportivos, no había otra cosa”.

Su advertencia fue clara y, su actitud, en contra de la imagen intocable de los escritores reconocidos. Llegué a la literatura por la puerta de atrás, con los botines embarrados y repitiendo siempre el viejo chiste: ‘Mi fracaso en el fútbol obedece a dos motivos. Primero: mi pierna derecha. Segundo: mi pierna izquierda’”.

Fontanarrosa siempre remitió a la mirada despectiva sobre lo popular y sobre el fútbol en ciertos círculos de intelectuales. En una entrevista en México con el periodista Roberto Vargas, el Negro soltó lo que fue su reivindicación. Todo el tiempo que yo le he dedicado a mirar fútbol, por ahí un intelectual lo ha dedicado a leer a James Joyce, entonces es lógico que tenga más cercanía hacia ese tema y, además, no es tan importante que los intelectuales le presten atención al fútbol”. Y no dio nunca muchas vueltas para dejar en claro su conexión entre fútbol y literatura. “Escribo porque me gusta el tema y desde cierto lugar lo conozco, como hincha y como jugador amateur”.

citroen

Otro clásico: el Citroën verde loro.

Fontanarrosa tuvo un compañero fiel: su Citroën verde loro, famoso en Rosario y por sus colegas de Clarín que aseguran que el Negro jamás se quedó en Capital y que arrancaba en su Citro-nave para sumar más y más kilómetros entre Buenos Aires y Rosario.

Fontanarrosa vía Alejandro Apo en AM Continental con Y el fútbol contó un cuento, aparece en cada tramo con relatos como El pichón de Cristo, La barrera y Los nombres. Fontanarrosa a través de la radio se aparecía con esas historias que se viven en cualquier canchita con las áreas peladas en cualquiera de los puntos de Argentina. Cada lector o seguidor de sus viñetas y sabedor de los guiños de Inodoro Pereyra y Mendieta o Boogie el aceitoso, tienen su propio acercamiento al universo de la lecturas, picardías y diversión que desparramó el Negro Fontanarrosa.

En 2011, en su casa, Juan Sasturain lo nombró como el Negrito y destacó más de dos veces que su fuerte, su punto esencia, estaba en que “el Negrito tenía buen oído” y mejor traslación al papel. Martín Malharro, profesor de la Facultad de Periodismo de La Plata, nos dejaba exhaustos los lunes con sus clases de Gráfica III. Profesaba y convencía. Insistía en la importancia de leer a los clásicos para después salirse de ellos y reconocer cuando algo es bueno.

Después el viejo se mandaba sus monólogos de hora cuarenta y como un enganche clásico, hacía jugar. Es decir, abría el juego. Y todo tenía su filtro, el filtro Malharro: listas de libros, autores, entrevistas y anecdotarios para leer y sintetizar. Malharro dijo alguna vez que conoció a Fontanarrosa y como Sasturain —al que nombraba como Juanjo—, destacó la importancia de su escritura, de su narrativa explícita y a su vez profunda. Lo sumó a la mesa de los mejores narradores de diálogos que, según Malharro, es lo más difícil de plantar en la historia. Y remató cerrado. “No hay mejor escuchador que el Negro”.

La historia de su Citroën verde loro aparece en Contar el juego, libro de Ariel Scher en donde se muestra a la leyenda canalla en su simpleza, armado a través de la memoria del Flaco Menotti, quien le preguntaba, “¿Cómo vas a andar en este auto?”. El Negro remataba con que su Citroën verde loro, “es como el caballo, me subo y me lleva solo a casa”. El Flaco también lo pintó con tres brochazos. “Era de esos tipos que no entienden de autos, ni de plata, ni de pilchas. Su vida era el arte y el fútbol”.

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Amigos son los amigos: el Negro, Caloi y Quino emulando Abbey road.

En todo rescate del mundo antes de las redes sociales se aprecian retratos de momentos en donde todo se hacía entre muchas personas. Así el tesoro vio la luz de la mano de Tute, hijo de Caloi, que abrió el arcón de los recuerdos con una foto en donde se ven Fontanarrosa, Caloi y Quino, “Los Beatles del humor gráfico”, emulando el cruce de calle del disco Abbey road, pero en un punto cualquiera de la ciudad de Buenos Aires. Para Tute el Negro fue aquel amigo íntimo de su viejo y “el tío del interior”.

tute abbey road

Abbey road porteño, por Tute.

Negro, canalla y final.

Sus olores de la infancia: “Salsa de tomate, tortas fritas y relleno de los ravioles”. Sus autores predilectos: Hemingway, Truman Capote, Salinger y Mailer. Las rueditas para las maletas, “el mejor invento casero”. Obra arquitectónica favorita, “la parrilla en el jardín de mi casa”. Su música por instinto, “el tango”. Sus últimos desvelos fueron por la música que escuchaba su hijo. Jamás se vinculó con grietas y aseguró que “podría criticar al machismo sin sentirme un traidor”. Creía en platos voladores y deseaba morir “como si durmiera”, y un epitafio que dijera: “Aquí descansa Fontanarrosa. En su vida jamás hizo otra cosa”.