Mario Benedetti: fútbol hasta en los libros
En la literatura del escritor uruguayo aparecen historias de amor, amistad y también el fútbol. Recorrida por su marca de origen, orgullo nacional y vida cotidiana.
Por Félix Mansilla
A veces lo que nos marca de niños se extiende a lo largo de la vida y aflora en diversas formas. En el caso de Mario Benedetti se dio con fútbol y con literatura. Su origen futbolero tiene una explicación contradictoria a su elección de hincha. “Mi padre era hincha de Peñarol, mi señora y toda su familia siempre fueron de Defensor. Yo, para llevarles la contra, me hice de Nacional”. Aunque siempre dejó en claro que pese a haber escrito sendas páginas con fútbol no se destacó como deportista: “Apenas jugaba con los amigos y era perfectamente consciente de que no tenía ningún porvenir como futbolista en ningún puesto”.
La historia de amor entre Mario, la literatura y el fútbol. En los años 40 Benedetti se puso el traje de cronista deportivo de un diario de Montevideo. “Iba todos los fines de semana al estadio a ver partidos de Nacional y Peñarol, después regresaba a la redacción y hacía crónicas humorísticas sobre los encuentros con la firma Orlando Fino”. Algo de toda aquella memoria histórica con fútbol, también aparece en su literatura.
Entre sus cuentos con fútbol más conocidos está El Césped, del año 1989. Allí, el protagonista, Martín, anticipa su sentimiento y orgullo de ser arquero: “¿Sabés lo que pasa? Pasa que para mí la vida es el fútbol, más aún, mi vida son los tres palos”. Sobre el armado del cuento Benedetti manifestó que la idea del desenlace fatídico del personaje no se trató de una vivencia personal. “Efraín Huerta, un escritor mexicano, escribió un librito sobre el fútbol donde cuenta el caso de un golero, creo que era brasileño, al que le metieron un gol entre las piernas y luego se suicidó. Y bueno, yo me basé un poco en ese episodio. La única relación que existe es que yo de chico jugaba de golero”.
Otro es Puntero izquierdo, de 1954, donde aparecen los entramados mafiosos en el pase de un jugador del montón. También en su novela Andamios, de 1996, Benedetti se introduce en la rivalidad del clásico uruguayo, donde los amores entre hinchas de Peñarol y de Nacional, “pueden originar resentimientos familiares y que se conviertan en los Montescos y Capuletos del subdesarrollo”.
Sus primeros recuerdos con fútbol se remontan a 1928. Ese año festejó junto a su padre la segunda medalla de oro de la Celeste en los Juegos Olímpicos de Amsterdam. Esas apostillas deportivas —cotidianas/ecuménicas— aparecen en varios de sus cuentos y en sus poesías. En narrativa, el fútbol se cola a través de Claudio, el protagonista de su novela de 1992, La borra del café. El propio escritor reconoció que en distintas épocas y dadas las condiciones en que creó sus obras, “la realidad influyó en esa expresión cultural”.
En capítulos breves y descriptivos, Benedetti recorre una historia con información al instante mucho antes de la existencia de la red social Twitter. Entre el gentío, Claudio oye los pormenores que los mayores leen en unas pizarras en la gran plaza Cagancha, mientras del otro lado del Atlántico se juega el encuentro Uruguay Vs. Italia.
Sin parlantes radiales, con la curiosidad de los necesitados, el gran público fue leyendo como para el infarto pequeños twitts en la pizarra popular: “Avanza Uruguay” o “Italia cede córner”, “Gol italiano”, “Gran reacción del equipo uruguayo”. Así durante más de dos horas. Otros tiempos. El resultado final fue victoria uruguaya por 3 a 2. Sobre el final de la epopeya Claudio cuenta que “me gané un resfrío que cuarenta y ocho horas más tarde se transformó en gripe”.
Claudio rearma su vida con condimentos de época que vivió el autor. Claudio cuenta que muchas veces, además de las noticias de los mayores y sobre las chicas, “el tema estrella era el fútbol: Álvarez había presenciado nada menos que el gol que Piendibene le hizo al ‘divino Zamora’, y con eso se sentía realizado para el resto de sus días, tal como si hubiera sido testigo directo de la toma de la Bastilla o de la caída del Palacio de Invierno”, narra. Álvarez, testigo clave y conocido de Claudio, asegura que “el gol de Piendibene a Zamora, es historia patria, che, sólo comparable a la victoria de Artigas en Las Piedras, otra derrota española ¿no?”.
En el mismo diálogo, el defensor del gran goleador enumera los méritos extrafutbolísticos. En 1924, cuando se organizó un clásico Uruguay-Argentina en homenaje al príncipe heredero Umberto de Saboya que estaba de visita en el Río de la Plata, Piendibene se negó a jugar, “porque sus principios republicanos le impedían homenajear a una monarquía, aunque fuese italiana. ¿Qué te parece?”.
El famoso gol de Piendibene, fue en 1926 y quedó registrado por Galeano en El fútbol a sol y sombra. Narró Eduardo: “El club uruguayo Peñarol estaba jugando en Montevideo contra el Español de Barcelona, y no encontraba la manera de perforar la valla defendida por Zamora. La jugada venía de atrás. Piendibene la pidió, la recibió, eludió a Urquizú y se acercó al arco. Zamora vio que Piendibene remataba al ángulo derecho y se lanzó en un salto. La pelota no se había movido, dormida en el pie: Piendibene la tocó, suavecito, a la izquierda de la valla vacía. Zamora alcanzó a saltar hacia atrás, salto de gato, y pudo rozar la pelota con la punta de los dedos, cuando ya no había nada que hacer”. Según Galeano, Piendibene no lo festejó “por no ofender”.
El fútbol en La borra del café se refleja, además, sobre los pasos y crecimiento de Claudio: la pelota y sus historias remarcan la sensibilidad del protagonista en una deriva propia de su autor. El botija narra una tarde en la cancha del club Lito con su papá. “Todavía recuerdo a un arquerito casi adolescente que tenía una manía: cuando los tiros de los delanteros rivales eran fuertes y esquinados, se mandaba tremendas palomas y despejes de puño y era muy aplaudido por los cuarenta espectadores”.
Observación y paciencia: Benedetti fue arquero de chico. Claudio sigue: “Pero cuando el balón venía por lo alto, entonces se daba el lujo de estirar su camiseta hacia adelante y recibía la pelota en el hueco improvisado. Ese alarde era para él la gloria, porque dejaba en ridículo a los del otro equipo y además divertía a los mirones”.
Claudio refiere desde el lado comprensivo. “Una vez sin embargo no tuvo suerte y cuando el golerito estiró como siempre su camiseta para recibir la globa, la potencia que ésta traía venció irremediablemente aquella ostentación, se le coló entre las piernas y rodó sin apuro por el césped hasta cruzar la línea de gol, mientras los delanteros del cuadro contrario se apretaban la barriga de tanto reírse”.
Los suyos, un tanto avergonzados, se retiraron en silencio hasta el centro del campo. Ninguno, remarca Claudio, “se acercó a consolarlo”. Y como en la cancha, en el fútbol, en la vida: “Lo dejaron solo y esa misma mañana le metieron tres goles más”. Como sin querer, Benedetti definió que dentro del universo intelectual-literario siempre hubo resistencias a que se incluya al fútbol dentro de la literatura por pertenecer al ámbito popular. “En muchos intelectuales siempre existió cierta desconfianza, pero no sólo con respecto al fútbol sino con relación a muchas cosas populares”.
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Las fuentes / Lecturas recomendadas
*Entrevista a Benedetti, Diego Borinsky, El gráfico (1996).
*El césped y Puntero izquierdo, en Benedetti cuentos completos (Ed. Seix Barral, 2008).
*La borra del café, novela del autor (Ed. Sudamericana, 2002).